Pasaron inviernos y veranos y, como quienes toman parte en el juego de la oca, nos fuimos alejando de nuestra casillas inicial: avanzando ligeramente, unas veces, saltando de oca en oca; desviándonos, otras veces, de los apisajes iluminados, cayéndo en cárceles o en infiernos. Llegó así el día en el que nos levantamos de la cama y comprobamos en el espejo que ya no tenía nueve años, sino veinte o veinticinco más; que, aun siendo todavía jóvenes, ya no éramos verdes.
Asombrados nos pusimos a repasar afanosamente nuestra existencia ¿Cómo habíamos llegado hasta allí? ¿Cómo nos habíamos alejado tanto? Era cierto que nos sentíamos más cansados que en los tiempos de la escuela primaria; era cierto que las indicaciones geográficas de nuestras cartas ahora eran más escuetas; pero, aparte de eso ¿qué otras cosas habían cambiado?"
B. Atxaga
Obabakoak
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Así, atrapada entre estas palabras, me quedé ayer un buen rato hasta que el pitido de Kizilay y los empujones de quienes no dejan salir antes de entrar me sacó de la nube. Hoy he vuelto al mismo pasaje, la verdad es que quien me hizo llegar este libro ya había marcado a drede este capítulo a sabiendas de que lo disfrutaría, quizás sólo lo marcó porque él lo disfrutó; al fin y al cabo antes perteneció a él que a mí, y solemos disfrutar con las mismas palabras mudas.
Es mi último libro en español, 200 páginas repletas de españolismo, de palabras, paisajes y expresiones tan nuestras que casi cuesta creer que de verdad esté aquí cuando leo y no en alguna ruta errante...
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