Estoy apunto de concluir mi tercera semana aquí, un mes desde que me fui de casa.
Soy la primera estudiante de intercambio de la universidad, la primera extranjera que han conocido la mayoría de mis amigos, la tendera del barrio y el vendedor de periódicos. Un auténtico revuelo.
Es la tercera vez que mudo de país, el cuarto país en el que vivo, y supongo que ya he aprendido algo sobre cómo hacer relaciones, amigos e integrarme. Pero nunca he estado tan sola como hasta ahora, es la primera vez que no tengo a nadie a quien abrazar y sentirme reconfortada. Tan cierto es lo que estoy diciendo que el domingo pasado me abrazó la madre de una amiga y me tuve que contener para no llorar. Fue el primer abrazo en casi un mes.
Lo cierto es que inicialmente podría resultar bastante sencillo integrarme aquí, los brasileños son abiertos y amigables por definición. Aquí todo el mundo parece que quiere ser mi amigo, quieren hablar conmigo, preguntar cómo son las cosas fuera de Brasil, conocer mi vida, cómo llegué hasta aquí y si quiero ir a conocer a su familia que vive a diez mil kilómetros.
Esto me produce sentimientos encontrados, tengo 26 años, ya no quiero ser la más popular del instituto, no quiero que todos quieran ser mis amigos sólo por el hecho de que soy gringa, porque tener como amiga a la única gringa de la ciudad hace que tu propia popularidad y tu nivel de carisma roce el cielo.
Me siento incómoda ante preguntas que hacen mi popularidad se eleve, tales como "¿Esos zapatos son europeos?" "No, están hechos en la india", intento evitar responder la maldita pregunta "¿En cuántos países has estado?" Porque aquí si viajas es que eres guay y rico, no es que te guste viajar y punto.
Yo quiero ser normal, quiero que quieran ser mis amigos porque tenemos cosas en común y porque nos reímos juntos. Por favor, que alguien me desmitifique ante mis compañeros de clase, porque si no me lo hacen ya se van a llevar una tremenda decepción cuando comprendan que soy metro y medio de vulgaridad andaluza con pelo corto y culo gordo.
Lo peor de todo es que además estoy continuamente siendo observada, si llego tarde a clase, si he sacado mejores notas, si estoy sin depilar o si anoche estaba borracha... Siempre observada. Soy la novedad del barrio.
Pero aparte, los brasileños están totalmente locos, locos de pura diversión. Les encanta beber, bailar y reír. Y a mi me encanta con ellos, la verdad.
También me ayudan a TODO, lo que pido se materializa al instante y me resuelven problemas que yo aún no he visto venir. Esa es la realidad.
Mi autoevaluación me dice que sé que no voy a estar aquí mucho tiempo y que por ello no me estoy esforzando por crear vínculos reales, que añoro tanto dormir acompañada que me importa más el tiempo que falta para que llegue en vacaciones que el tiempo que está sucediendo justo ahora, y eso es peligroso. Pero intento combatirlo.
Mi autoevaluación también me dice que hasta esta semana yo jamás había hecho el esfuerzo de llamar a nadie para ver si podíamos hacer planes juntos, esa es la realidad, soy una floja social que siempre espera a que la llamen primero.
Pero he llamado a Douglas, que es la primera persona con la que me he sentido de verdad acompañada y cómoda desde que llegué, y mañana nos vamos a Sao Paulo de visita a pasar un día estupendo de turisteo. Y tengo ganas de verdad, estoy contenta.